Cómo abordar los trastornos de personalidad en las escuelas argentinas: una guía para acompañar sin patologizar

POR DR. GONZALO ERMIN

En las escuelas argentinas, docentes y equipos directivos conviven con una enorme diversidad emocional y conductual. En ese universo, a veces aparecen comportamientos persistentes que preocupan: impulsividad marcada, dificultades para regular emociones, conflictos reiterados con pares o adultos, modos extremos de reaccionar ante límites o frustraciones.
Ante estas situaciones, surge la pregunta: ¿qué hacer desde la escuela cuando se sospecha la presencia de un trastorno de personalidad? La respuesta comienza por un principio clave: la escuela acompaña, pero no diagnostica.

1. Comprender el rol institucional

Los trastornos de personalidad son categorías clínicas complejas que requieren evaluación profesional prolongada. En el ámbito escolar, el objetivo no es “poner un nombre”, sino garantizar condiciones de aprendizaje, cuidado y convivencia.
El foco está en generar entornos predecibles, rutinas claras y estrategias que regulen la vida cotidiana del aula.

2. Activar el equipo interdisciplinario

En Argentina, los Equipos de Orientación Escolar (EOE) –psicopedagogos, trabajadores sociales y psicólogos escolares– tienen un rol clave. No diagnostican trastornos, pero sí pueden observar, derivar, orientar a las familias y diseñar intervenciones pedagógicas que alivien la cotidianeidad.
Lo esencial es que la escuela no cargue sola con lo que requiere un abordaje terapéutico externo.

3. Trabajar desde la convivencia y la regulación emocional

El acompañamiento escolar puede apoyarse en herramientas concretas:

  • Normas claras y consistentes, aplicadas sin brusquedad.
  • Espacios de anticipación (avisar cambios, prever transiciones).
  • Rincones de calma, donde los estudiantes puedan bajar la intensidad antes de volver a la actividad.
  • Lenguaje emocional explícito: poner palabras a lo que sienten ayuda a disminuir reacciones extremas.
  • Desescalamiento: intervenir antes de que el conflicto estalle, no después.

4. Cuidar el vínculo con las familias

La comunicación debe ser respetuosa, sin etiquetas ni diagnósticos improvisados. La frase “notamos dificultades que sería bueno consultar con un profesional” es mucho más responsable que “creemos que tiene un trastorno”.
El objetivo es construir una alianza, no generar estigmas.

5. Derivar a profesionales sin estigmatizar

Cuando la conducta del estudiante indica sufrimiento emocional persistente, la escuela puede sugerir una consulta externa: psicólogo, psiquiatra infantil o adolescente, centros de salud públicos o privados.
Lo central es que la derivación se haga con cuidado, confidencialidad y acompañamiento, evitando culpabilizar a la familia o al alumno.

6. Evitar la patologización

No todo comportamiento desafiante o desregulado es un trastorno de personalidad. En la infancia y adolescencia, la personalidad está en desarrollo. Muchos síntomas se relacionan con contextos de estrés, situaciones familiares complejas, trastornos del estado de ánimo, bullying o dificultades neuroevolutivas que nada tienen que ver con un trastorno de personalidad.
La prudencia evita daños.

7. Formar a los docentes

La capacitación continua es una herramienta protectora. Estrategias de regulación emocional, intervención en crisis, comunicación empática y manejo de aula son recursos que transforman el clima escolar y alivian tensiones.
Un docente formado no reemplaza a un terapeuta, pero puede ser un adulto significativo que haga una diferencia enorme.

8. Construir una cultura institucional de cuidado

Las escuelas que mejor acompañan no son las que “resuelven casos”, sino las que promueven prácticas de cuidado colectivo: tutorías, proyectos de convivencia, asambleas de aula, espacios de escucha y protocolos claros para actuar frente a situaciones que desbordan.

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