Entre el ruido, la obsesión, y la necesidad de una mirada nueva

Por Mar Martínez

Hay una pregunta silenciosa que atraviesa cada lectura en el mercado hispanohablante: ¿dónde se forman hoy nuestras ideas sobre los libros? ¿En qué rincón —real o virtual— se decide qué novela merece la conversación pública, qué ensayo abre un clima intelectual y cuál queda sepultado bajo una marea de recomendaciones instantáneas?

El ecosistema literario ha cambiado de manera radical. Y, sin embargo, seguimos juzgando las obras con categorías que pertenecen a otra época. Las críticas tradicionales sobreviven, pero ya no marcan el pulso. Los algoritmos recomiendan con voracidad, pero carecen de perspectiva. Las redes amplifican, pero también distorsionan. Y entre todo ese ruido, surge una necesidad urgente: recuperar el juicio crítico como un acto de sensibilidad, no de autoridad; como una lectura del mundo, no solo del texto.

En ese hueco nace esta reflexión.


1. El lector contemporáneo: fragmentado, informado, cansado

La velocidad con la que consumimos contenido redefine el modo en que nos acercamos a los libros. Leemos reseñas que duran 30 segundos, videos de 15, frases desmontadas de contexto. Es un lector atento pero sobreestimulado, saturado de estímulos y cada vez más desconfiado.

La crítica literaria —si quiere sobrevivir— debe leer también ese cansancio.

Hoy no basta con analizar la estructura narrativa, el pulso del narrador o la arquitectura del libro. Es necesario detectar algo más hondo: qué significa ese libro en este momento, en este clima social y emocional, qué aporta a nuestra manera de pensar la identidad, el lenguaje, la memoria o el presente.

Una crítica relevante es, ante todo, una lectura del tiempo.


2. El mercado hispanohablante: diversidad, tensiones y vacíos

El espacio hispanohablante es inmenso, plural, inestable. Conviven allí la potencia de los sellos españoles, la tradición latinoamericana, las nuevas editoriales independientes y un fenómeno sobre el que todavía hablamos poco: la irrupción de escritores jóvenes con una conciencia estética global, nómade y sin complejos.

Pero esa pluralidad no siempre se refleja en las críticas.

Las grandes plataformas replican patrones europeos. Las revistas literarias heredan marcos teóricos del siglo XX. Y las voces nuevas quedan atrapadas en etiquetas de moda: autoficción, realismo sucio, novela del yo. Mientras tanto, una parte enorme del mercado —lectores de provincias, autores emergentes, narrativas híbridas— queda fuera del mapa.

La crítica, si quiere ser honesta, debe ampliar la cartografía: dejar de mirar solo las capitales culturales y asumir que hoy la literatura ocurre también en los márgenes, en las plataformas digitales, en talleres independientes, en provincias, en ciudades pequeñas, en voces que antes no eran admitidas en el canon.


3. Qué debería hacer una crítica literaria hoy

No juzgar. No pontificar. No enseñar a leer.

Debe encender una conversación.

Una crítica profunda necesita tres elementos:

a. Contexto emocional

No qué dice el libro, sino qué provoca.
Qué fisura abre.
Qué pregunta deja en suspensión.

b. Lectura estética contemporánea

Una sensibilidad que no sea solemne ni académica, sino honesta, informada y viva. La crítica como un ejercicio de percepción.
Exactitud, precisión, transparencia.

c. Ubicación cultural

Cada libro tiene una coordenada.
Un clima.
Un territorio simbólico.
La crítica debe iluminar esa ubicación, mostrar el campo de tensiones en el que esa obra aparece.


4. El futuro de la crítica: menos ruido, más criterio

En un tiempo gobernado por algoritmos, la crítica debe ofrecer lo que ningún algoritmo puede: criterio humano, finura sensorial, lectura de matices.

La crítica literaria del mercado hispanohablante necesita abandonar dos extremos:
la reseña complaciente y el academicismo hermético.

Debe moverse en el espacio intermedio donde surge la literatura que realmente transforma:
esa que es clara, luminosa, honesta, y que no teme hablar de dolor, deseo, política, memoria o belleza. Esa literatura que respira detrás de la puerta, y uno siente que está viva.

Ese es el territorio NACOMA:
mirar los libros con una sensibilidad contemporánea, con una ética estética y con una profunda lealtad hacia el lector.


Conclusión: leer como acto de resistencia

Leer en serio —leer con criterio— es resistir a un mundo que quiere quitarnos la atención. Es un acto de cuidado: hacia nosotros mismos, hacia las ideas que elegimos, hacia los libros que dejamos entrar en nuestra vida.

La crítica literaria no debe dictar qué leer.
Debe abrir una puerta.

Una puerta a una conversación más honesta, más amplia y más humana sobre los libros que nos acompañan.

En un mercado donde la sobreinformación amenaza con ahogarlo todo, la tarea es simple y monumental:
devolverle al lector el derecho al asombro.

Porque, al final, la crítica —como la literatura— existe para eso:
para recordarnos que todavía hay cosas que nos conmueven.
Que todavía buscamos sentido.
Que todavía —a pesar de todo— queremos entender quiénes somos cuando leemos.

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