Lo que evitamos mirar cuando miramos pantallas

Por Sofía Luján Ferrero — Punto Ciego, Revista NACOMA

Creemos que observamos el mundo a través de las pantallas, pero casi siempre son ellas las que nos observan a nosotros. Lo que evitamos ver —lo emocional, lo incómodo, lo frágil— queda oculto detrás del brillo plano de un vidrio.

1. El brillo que distrae del fondo

Nunca miramos una pantalla por lo que muestra: la miramos por lo que nos evita ver.
Una notificación, un mensaje entrante, un scroll automático funcionan como pequeñas interrupciones emocionales.
La pantalla ofrece una ilusión: acá no pasa nada que duela.
El brillo plano opera como un tranquilizante cotidiano.
Pero mientras miramos, algo en nosotros se apaga: ese mínimo registro de incomodidad que indica que hay un punto ciego activo.


2. El gesto invisible: buscar sin saber qué

Hay un movimiento que hacemos todos: desbloquear el teléfono sin una razón clara.
Ese gesto es una pregunta muda: ¿qué necesito ahora que no puedo nombrar?
La pantalla no responde. Solo devuelve novedades, estímulos, ruido.
Y en ese ruido se diluye la inquietud verdadera: miedo, cansancio, soledad, saturación.
La pantalla se vuelve un refugio fácil porque no exige nada.
Pero cada refugio sin demanda es, tarde o temprano, una trampa.


3. El tiempo fracturado (cuando ya no estamos en el día)

El uso continuo de pantallas fragmenta la percepción del tiempo.
El día deja de sentirse entero: se vuelve una secuencia de interrupciones.
Ese tiempo roto tiene consecuencias emocionales:
no permite registrar lo que nos pasa, ni sostener un pensamiento, ni habitar la propia voz.
Vivimos en una especie de presente cortado, donde todo empieza y termina rápido.
El punto ciego no es la pantalla: es el tiempo emocional que dejamos de vivir.


4. El cuerpo desconectado

Cuando la pantalla domina, el cuerpo se vuelve un accesorio.
La postura se endurece, la respiración se acorta, los hombros se tensan.
Miramos hacia afuera pero el cuerpo queda ausente.
Y un cuerpo ausente es una mente indefensa.
La pantalla no solo roba atención: roba presencia.
La pregunta es simple: ¿cuándo fue la última vez que miraste algo del mundo sin un borde digital alrededor?


5. El silencio que asusta

Las pantallas llenan el silencio.
Y el silencio es, muchas veces, el lugar donde aparece lo que más evitamos mirar.
Nuestra tristeza.
Nuestra sensación de vacío.
Nuestra necesidad de descanso.
El brillo interrumpe ese encuentro.
Por eso lo buscamos compulsivamente: no para ver, sino para no ver.


Cierre NACOMA

En Salto, hay tardes en las que el viento detiene todo por un instante: no hay ruido, no hay prisa, solo esa pausa que revela lo que uno lleva dentro.
En Tumé, el mineral NACOMA revela sus grietas cuando la luz cae oblicua, sin filtros.
Tal vez el desafío actual sea ese: animarnos a mirar sin vidrio de por medio.
A recuperar la luz propia, esa que no necesita pantalla para existir.

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