Por Mar Martínez
Hay lugares en el mundo que no se dejan narrar de una sola vez.
Salto es uno de ellos. No por su tamaño, sino por su vibración: ese modo íntimo en que el tiempo cae más lento, como si algo invisible lo sostuviera por los bordes.
Un contorno de emociones cargado de historia.

Quizás por eso, desde hace años, escribo desde acá: porque en estas calles sucede algo que no tiene nombre, solo eco.
Un eco que se filtra por Casa Martínez, por Diario El Norte, por Sobresalto, por La Verdad Salto: lugares donde entendí que el pulso de un pueblo también es una forma de literatura.
Tumé —esa otra tierra que inventé para poder entender la real— vino después, como un espejo que devuelve lo que a veces no nos animamos a mirar de frente.
Y entre ambos mundos, tan distintos como necesarios, apareció NACOMA: un mineral que guarda memoria, que brilla hacia adentro, que nace en las grietas que deja el mundo cuando se mueve.
Hoy nace Revista NACOMA.
No como un medio.
No como un proyecto.
Sino como una forma de expresión: un territorio, una concepción del mundo hecha de lo que somos.
Lo cotidiano y lo mítico.
Lo que se respira en Salto y lo que se imagina en Tumé.
Esta revista no viene a explicar el mundo.
Viene a escucharlo.
A tender puentes, a cultivar creatividad, a sumar para que nuestras bitácoras humanas se vuelvan más versátiles, vertiginosas y sueltas.
A mirar qué pulsa, qué cambia, qué anuncia el futuro desde los detalles que ya nadie mira:
un mate sobre una mesa,
una cancha que se humedece al anochecer —a veces con olor a helada, otras a tierra mojada—,
unas chicharras que anuncian el calor,
un cuaderno gastado,
una pelota en la mitad de la cancha esperando su partido,
una palabra que se suelta en el aire y vuelve como un rastro mineral.
Lo que estás por leer es la primera veta de este proyecto cultural, literario, deportivo y social.
Bienvenido/a a NACOMA.
Un lugar donde la luz trabaja desde adentro.